Carlos Alberto Indio Solari nació en Paraná (Entre Ríos) el 17 de enero de 1949. Fue, junto a Eduardo Skay Beilinson, la figura más importante de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, banda emblemática del rock argentino entre comienzos de los 80s y los 90s.
De muy pequeño, sus padres se mudaron a La Plata, donde pasó toda su infancia y adolescencia. Desde joven estuvo ligado al arte: era aficionado al dibujo y artes gráficas.
INICIOS
En 1966 fue alumno de la Escuela nº 33 de La Plata donde conoció al baterista Isa Portugheis, su gran amigo de la infancia. También comenzó a relacionarse con Guillermo Beilinson. Estos dos participaban de Diplodocum Red & Brown, una banda de movimiento cultural de finales de los 60.
El Indio conoció, en ese entonces, a Eduardo Beilinson, hermano de Guillermo, apodado Skay, con quien comenzaron a componer canciones como “Mariposa Pontiac”, “Blues del noticiero” y “Un tal Brigitte Bardot”, que luego fueron éxitos de Los Redondos, algunos nunca editados.
Pese a que jamás fue un miembro estable, Solari participaba de La Cofradía de la Flor Solar, la comunidad hippie fundada por el artista plástico Rocambole (Ricardo Cohen). En una gira por el norte de Argentina, junto a Skay y a otros músicos, concretaron el proyecto de Patricio Rey, que se plasmó recién en un disco de(“Gulp!”) en 1985.
SHOWS EN VIVO
Los recitales de los Redondos tenían tanta convocatoria que superaban la capacidad de los estadios locales, por eso tocaban en aeródromos y espacios que pudieran recibir más de 150 mil personas. El punto de inflexión que los llevó del cancionero popular a la gloria fue el disco Oktubre y la persona clave, Carmen Castro. La representante y productora ejecutiva de la banda eternizada como La Negra Poli fue un factor determinante en el suceso del álbum que esta semana cumplió 37 años y contiene uno de las tracks más importantes en la historia del rock nacional, sí, ese, el del pogo más grande del mundo.
El 11 de marzo de 2017 es un ejemplo. Olavarría fue la sede elegida para el encuentro inmortalizado como “La última misa”, que registró una convocatoria de casi 300 mil personas, seguramente fueron más. Esa noche que dejó un saldo de dos víctimas fatales, Javier León y Juan Francisco Bulacio, y decenas de heridos producto de una avalancha, sería también la última vez que el Indio se subiría a un escenario. Su reconocida lucha contra el Parkinson no hizo más que sumar las últimas líneas a la crónica de un final anunciado.